2024-04-18

AstroNotas

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A favor o en contra del Caldwell

Catálogo de Caldwell

—Juan Luis Martínez

“Si no es Juan, es Pedro”. Refrán popular.

Seguramente han oído dicha expresión antiquísima en innumerables ocasiones. Bueno, pues cuando todos los astrónomos aficionados conocían qué era NGC 869/884 (el Cúmulo Doble de Perseo) y NGC 5139 (Omega Centauri), ahora se han inventado una nueva modalidad para nombrarlos: Caldwell 14 y Caldwell 80, respectivamente. Qué significa “Caldwell” y desde cuándo y por qué se usa, ahora lo veremos.

Había una vez, en un país lejano (Reino Unido), un distinguido lord llamado Sir Patrick Moore, que había dedicado su vida a popularizar la interesantísima ciencia de la astronomía entre sus paisanos. Sir Patrick (llamémosle cariñosamente así), aparentemente motivado por la creciente popularidad del Maratón Messier (que tiene como base un legendario catálogo de objetos de cielo profundo preparado por un francés —Charles Messier— en el siglo XVIII) y su loable impulso por hacer hasta lo imposible por promover la astronomía entre las “masas”, pensó, en 1995, que sería bueno tener un catálogo adicional que motivara a los astrónomos aficionados a continuar sus observaciones con entusiasmo. Para ello, compiló (que fue lo que realmente hizo, pues su mal-llamado catálogo no es producto de una investigación científica ni es un trabajo original) una lista que emulaba la de Messier, conteniendo 109 cuerpos astronómicos que aquella había dejado fuera, pero que eran suficientemente brillantes como para verse con telescopios relativamente pequeños e incluso a simple vista, sin importar el lugar. A dicha lista llamó “Caldwell” (pues resulta que el nombre completo de este personaje es “Patrick Caldwell-Moore” y ya la historia había adjuticado la “M” al caballero de Francia), y la envió a Sky & Telescope (de ahora en adelante, S&T), excelente revista norteamericana que todos conocemos.

Sir Patrick se imaginó que su “catálogo” sería muy popular. Sin embargo, da la impresión de que, en principio, fue acogido con mucho recelo y que, en cambio, recibió más resistencia que halagos. Aún así, un libro de David Radledge, titulado Observing the Caldwell Objects, publicado en Londres en el 2000, al parecer se vendió “como pan caliente” durante el Astrofest de ese año. Acá en América, la Astronomical League pronto añadió un nuevo certificado a su programa —un año más tarde—, pero hasta el sol de hoy (primavera de 2004), sólo siete personas lo han completado; de esas, uno es el propio Sir Patrick, y el otro Stephen James O’Meara, distinguido observador y asiduo contribuidor de la revista Sky & Telescope por mucho tiempo. Desde entonces, otras 62 personas han recibido el certificado por haber observado al menos 70 de los 109 objetos, 35 de los cuales han sido entregados a partir del 2003, año en que S&T arreció una campaña de promoción a una segunda obra de la autoría de O’Meara con base en este catálogo: Deep-Sky Companions: The Caldwell Objects (2002). En comparación, 157 personas han recibido certificados del Messier en el mismo período.

En los últimos meses, S&T ha optado por incluir en sus artículos el número del Caldwell para los objetos que mencionan, obligando a los lectores a aprenderse una nueva nomenclatura por causa de un mero fin publicitario. Realmente, este es el problema que tiene este seudocatálogo. La idea original de Sir Patrick fue motivar a los aficionados a observar el cielo nocturno, no fue asignar un nuevo nombre a cosas viejas, que es en lo que S&T y sus correligionarios la han convertido.

El problema sería sencillo si este “desvío” se hubiera limitado a dicha publicación, pero recientemente, en una edición de la revista Astronomy (archirrival de la anterior), apareció un artículo en el que un autor, sin argumentos convincentes a favor del cambio de nombre, avala el uso de los números del Caldwell en el ambiente aficionado. Una vez más: no hay nada malo con o en la lista de Caldwell; el conflicto reside, justamente, en ese innecesario cambio de nombre. ¡A ver si los que prepararon la lista del Herschel 400, que también auspicia la Astronomical League desde 1980, impulsaron la sustitución de la catalogación del NGC en las publicaciones! Pues no: NGC 7009, la Nebulosa Saturno, siguió llamándose NGC 7009, en vez de, por ejemplo, H99; sin embargo, es C55 en el “prodigioso” seudocatálogo de Caldwell.

Hasta la fecha, la única voz en contra de esta nefasta corriente ha sido la de Alister Ling, un destacado y veterano observador canadiense que frecuentemente solía colaborar con ambas revistas (últimamente, sus contribuciones han mermado, aunque no ha sido necesariamente por estas diferencias). Según Ling, el Catálogo de Caldwell, en escencia, fue una buena idea que empleó un método inapropiado, y que ha tenido el posible y vanidoso fin de autoenaltecer la figura de Moore. Para Ling (al igual que para mí), no hay necesidad alguna de comenzar a llamar a las Hyades, Caldwell 41, como tampoco Caldwell 11 a la Nebulosa de la Burbuja (Bubble Nebula), o C63 a la Nebulosa de la Hélice (Helix Nebula, NGC 7293). En un artículo titulado “The Caldwell Catalogue. A Good Idea Gone Bad – Besides, Several Good Ideas Already Exist”, comenta Ling sobre la introducción de Moore a su “nuevo catálogo”:

Sure, it’s a great idea to popularize some lesser-known objects, but did Roger Tory Peterson rename birds in his Field Guides? “The Bald Eagle here appears as Peterson 42…” What would people think of you if you tried that? Where’s the promotion here, the objects or him? “Moore, like Messier, begins with ‘M’. Fortunately, my surname is actually hyphenated Caldwell-Moore. So let us use C for my catalog.”

La lista de Moore —continúa Ling con cierta ironía (o, más bien, con cierto sarcasmo)— tiene como supuesta intención resaltar objetos poco conocidos, tales como la Nebulosa Norteamérica (C20), la Nebulosa del Esquimal (Eskimo Nebula, C39), la Nebulosa del Capullo (Cocoon Nebula, C19), la Nebulosa Rossette (C49) y la Nebulosa del Velo (C33 y C34). ¡Si fueran poco conocidos, no tendrían nombres propios! Unos 31 objetos en esta lista de “desconocidos” tienen nombre propio y 25 son muy bien conocidos por su número NGC; es decir que más de la mitad (56) de estos objetos han sido rebautizados por puro capricho.

¿No sería igualmente valiosa la idea de compilar una lista como la de Caldwell, llamarla el “Catálogo de Guzmán” —mi segundo apellido, pues, una vez más, la “M” ya la emplearon— y enviarla a S&T? Con suerte, Mr. O’Meara decidirá que es buena y se dará a la tarea de explotarla. Pronto veo un nuevo libro en la serie: Deep-Sky Companions: The Guzman Objects. Se oye bien, ¿no les parece? Sería todo un privilegio recibir la atención de este hábil observador e ingenioso escritor describiendo los objetos en esa entrega.

Si llamásemos “Lista de Caldwell” a este presunto “catálogo”, el asunto resultaría llevadero. Sky & Telescope, desde mi punto de vista, debería sopesar la diferencia entre “opción” e “imposición” antes de abrazar tan ciegamente una manía.

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