2024-04-24

AstroNotas

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Ana Roqué de Duprey y “El cielo de Puerto Rico”

Los cielos de Puerto Rico, p. 68.

Los cielos de Puerto Rico, p. 68.

Una de las figuras femeninas de la sociedad puertorriqueña más destacadas durante el último tercio del siglo 19 y principios del 20 lo fue Ana Roqué de Duprey, una aguadillana nacida el 18 de abril de 1853 y adoptada por San Juan desde 1878. Además de sus innumerables relaciones con la educación, la política, los derechos de la mujer puertorriqueña y el mundo intelectual de la capital, también le apasionaba la astronomía y solía impartir conferencias sobre este tema.

En 1923, y bajo la dirección de Eugenio Fernández García, se publicó la obra El Libro de Puerto Rico / The Book of Porto Rico, un excelente trabajo casi enciclopédico, escrito en español e inglés, que puede considerarse como una de las mejores guías sobre la isla que se hayan publicado hasta la fecha. Para dicho libro, la Sra. Roqué de Duprey, astrónoma aficionada desde muy temprano en su vida, preparó una breve sección dedicada a los cielos de Puerto Rico y la actividad astronómica local. En ella, describe la calidad de los cielos puertorriqueños para este tipo de estudio, destaca las constelaciones que se pueden ver, relata algunos eventos astronómicos observados en la isla y expresa su opinión en cuanto a hacia dónde debe encaminarse el estudio de esta ciencia.

A continuación, se reproduce la versión en español de su contribución a la mencionada obra, que aparece en las páginas 68 y 70; las páginas 69 y 71 contienen una traducción al inglés de este mismo escrito. En la parte superior de las páginas 68 y 69, hay, además, dos cartas celestes de medio cielo —del horizonte al cenit— que muestran las figuras de las constelaciones y la silueta de la Vía Láctea, preparadas por A. Roger (en la página 68, está el cielo del hemisferio sur, y en la 69, el hemisferio norte). Ambas cartas son reproducidas de una fuente que solo se cita como “L’Astronomie”, que resulta ser el Boletín de la Sociedad Astronómica de Francia, organización a la que Roqué de Duprey pertenecía. Aunque no se especifica a cuál edición corresponden, el boletín era una revista anual, que la organización publicaba en el mes de enero. Las mismas cartas atribuidas a Roger aparecen tanto en 1921 como en 1922. No obstante, una mancha de tinta sobre la letra “o” en las cartas de 1921 descartan ese año como las reproducidas en el escrito de Roqué de Duprey, y dejan las de 1922 como única posibilidad. En ese año, las cartas celestes aparecen en la página 240, como las figuras 86 y 87, respectivamente.

Acompañan este extracto algunos comentarios mínimos sobre su contenido.

El Cielo de Puerto Rico

Por Ana Roqué de Duprey,

Profesora Principal de Instrucción Pública. Ex alumna del Instituto Provincial de Puerto Rico. Profesora particular de matemáticas, latín y francés. Autora de varias obras pedagógicas, literarias y científicas.

Panorama estelar. Es indudable que poseemos una de las bellezas naturales más admirables de la naturaleza, y apenas los puertorriqueños nos damos cuenta de ello.[1]

En las luminosas noches de nuestra antilla, en el azul profundo de nuestro cielo, vemos brillar todas las constelaciones conocidas[2].

De seis de la tarde a seis de la mañana, en cualquier época del año[3], podemos contemplarlas a excepción de aquellas en que se refracta el sol y van sumergidas en su luz.[4]

Podemos admirar la Osa Menor con la Polar, que esta a 18° de nuestro horizonte; los Siete Bueyes Septentrionales, con su jinete Alcor[5]; el rombo de Cefeo; las siete estrellas de la Silla[6], donde la mitológica Casiopea duerme el sueño de siglos, y demás constelaciones boreales y ecuatoriales, hasta el austral Navío[7]con su sin par Canopus, rival de la blanca binaria Sirio, reinas las dos del mundo sideral[8].

También vemos la Cruz del Sur, el Centauro con nuestra vecina Alpha, la estrella más cercana a nosotros. El Pez, la Corona, y el Triángulo austral; el Fénix, la Grulla, el Tucán, el Pavo Real, el Altar, la Copa y demás asteriscos del sur[9], invisibles en Europa y Estados Unidos.

También podemos distinguir de aquí algunas de las Nubes de Magallanes[10].

Todas esas constelaciones pertenecen a la Nebulosa de la Vía Láctea[11] en el seno de la cual vivimos[12], y cuyo ecuador, con sus millones de soles, vemos brillar en el espacio.

¿Y quién se ocupa en Puerto Rico de contemplar científicamente espectáculo tan soberanamente hermoso?

Refiriéndonos al momento actual, hoy 29 de agosto de 1922, tenemos al planeta Marte entre Ophiusco y Escorpión, alejándose de la estrella Antares, en virtud de un epiciclo, después de haber estado muy cerca de ella[13]. Es de notar la decoloración anormal en la luz menos roja ahora de este planeta, fenómeno que también fué observado en 1909[14].

Pronto desaparecerá de nuestra vista, se aleja de nosotros y podemos felicitarnos de ello, sobretodo, cuando la Tierra estará en su perihelio en diciembre, y su acercamiento al sol nos hace experimentar temblores en esa época[15], o su aproximación.

Y si da la coincidencia de acercársenos Marte en ese período, como sucedió en 1918, la atracción simultánea de los dos astros podría producir terremotos como los de dicho año, que jamás podrá olvidar Puerto Rico[16].

Entre los hombres de ciencia está llamando mucho la atención la atrevida teoría de la Relatividad de Einstein, a causa de la modificación que establece este sabio alemán en las ideas fundamentales de la humanidad relativas al Espacio y al Tiempo. Aunque a la verdad ¿quién puede definir lo que es el Tiempo?

Sin embargo, esa teoría puede ser de gran utilidad en sus aplicaciones a la Astronomía, si llega a comprobarse debidamente[17].

¿Y qué campo más apropiado para esos estudios que esta tierra de luz y colores, de cielo purísimo en toda estación, de atmósfera diáfana y brillante, condición indispensable para toda observación astronómica?

¿Por qué la poderosa nación americana no instala un Observatorio Astronómico en nuestra isla, que tan magníficas condiciones reune para ello? Dos cosas beneficiarían a los Estados Unidos al impulsar nuestro progreso; un Jardín Botánico para aclimatar en esta fértil tierra los productos del trópico del mundo, y un Observatorio Astronómico para propender al estudio de esta ciencia, de tan importancia para la humanidad.[18]

Observaciones astronómicas. Sólo recordamos la que se efectuó en noviembre de 1882 por la comisión técnica que vino del Observatorio de San Fernando (Cádiz), a estudiar el paso de Venus por delante del sol[19]. La componían Pujasón, Aranda y otros astrónomos.

Instalaron un buen telescopio ecuatorial en el Arsenal de San Juan. Tenían entre otros instrumentos, un ateojo meridiano y varios cronómetros que marcaban milésimas de segundo.

Nuestra afición por esos estudios nos impulsa a observar también el paso del planeta desde nuestra azotea.

Varios aficionados a la astronomía me ayudaron en las observaciones, entre ellos Manuel Corchado, y mis asiduos compañeros de estudio Carlos Soler y el coronel Laguna.

Pudimos constatar los contactos externo e interno de la entrada del planeta, y seguir a Venus-nueva, como un punto redondo y obscuro, en su trayectoria a través del disco solar; y aun calcular aproximadamente el ángulo, o mejor, el casquete esférico, que trazó el planeta en su camino, que duró algunas horas.

Al día siguiente, varios amigos me llevaron al Arsenal y me presentaron a los astrónomos.

Les mostré mis cálculos, y tuve la satisfacción de que no discrepaban de los suyos ni un minuto. Sólo había diferencia en los segundos, pues yo no tuve instrumentos para apreciarlos[20]. Ellos no pudieron precisar el último contacto externo por ser muy grande el telescopio y al cambiar el ocular, se les fué el planeta.

En ese año, pude observar que las manchas del Sol fueron muy numerosas, y por su aparición y desaparición constatar la revolución del Sol. También observamos el gigantesco cometa de ese año[21].

Creo que es la única vez que han venido comisiones astronómicas a Puerto Rico.

Comentarios

[1] Lamentablemente, este continúa siendo el panorama en Puerto Rico (y en el resto del mundo) casi un siglo después. En una isla con una población de casi cuatro millones de habitantes, menos de 250 personas pertenecen a alguna organización astronómica. No obstante, el número general de individuos con algún interés en la astronomía y no afiliados a alguna entidad debe ser más alto.

[2] Se podría decir que esta aseveración es un tanto exagerada, o no del todo precisa. El cielo cuenta con 88 constelaciones reconocidas internacionalmente desde 1922, año en que la Unión Astronómica Internacional fijó la distribución actual (sus lindes quedaron delimitados en 1928 y fueron oficialmente publicados dos años más tarde, en 1930). Antes de esa época, existían algunos grupos adicionales que desde entonces cayeron en el olvido. De esas 88 que tenemos al presente (que también existían para la época de Roqué de Duprey, quien escribe a finales de agosto de 1922), cuatro no son visibles desde Puerto Rico, ya que sus estrellas se localizan por debajo de los 70° de declinación sur. Estas son: Apus, Mensa, Chamaeleon y Octans. No creemos que se trate de un error, sino, probablemente, una manera para simplificar la explicación.

[3] Se entiende que la autora solo da estas cifras para ilustrar, de manera sencilla, su comentario sobre el tiempo disponible para llevar a cabo observaciones astronómicas nocturnas. Como todos saben (y ella también), las 24 horas de un día no se dividen perfectamente en 12 horas de luz y 12 horas de oscuridad a lo largo de todo el año. A pesar de la baja latitud de la isla de Puerto Rico (localizada en la zona tropical del planeta), en el invierno, son más las horas que experimentamos bajo oscuridad que en el verano, cuando ocurre lo contrario. En promedio, en invierno tenemos 11 horas de luz y 13 de oscuridad, mientras que en el verano se invierte el tiempo: 13 horas de luz y 11 horas de oscuridad.

[4] En su paso a través de la eclíptica, el Sol va posándose frente a cada una de las constelaciones del Zodíaco. Dependiendo del momento de observación, las estrellas que pertenecen a una o más constelaciones quedarán “ocultas” por la luz del astro. Durante ese período, esa constelación no será visible para un observador desde la Tierra.

[5]Por los Siete Bueyes Septentrionales, la autora se refiere a lo que hoy conocemos más comúnmente como el asterismo de la Osa Mayor, la constelación con las estrellas más brillantes en la región circumpolar para muchos observadores en el hemisferio norte. Alcor es la estrella compañera (aparente) de Mizar; esta última, la más luminosa de las dos, es la que los atlas celestes toman en consideración al momento de trazar la figura del asterismo (también, por ello, es la que cuenta como uno de los “siete bueyes septentrionales”). Alcor y Mizar pueden separarse a simple vista; la alusión a la figura del jinete –que una estrella, Alcor, cabalgue sobre la otra, Mizar– se refiere a este hecho.

Hay que destacar que la palabra “septentrional” deriva de “septentrión”, una referencia al punto cardinal norte, pero que esencialmente proviene del latín “septem”, ‘siete’, y “trio” o “trionis”, que se refiere a ‘buey de labor’ o ‘buey de arado’: los septem (siete) trionis (bueyes). En Puerto Rico, comúnmente se le llama “la cacerola” a este asterismo, pero también se le puede conocer como “el arado”.

[6] La Silla es la característica W o M que delinean las principales estrellas de la constelación de Casiopea, en representación de la silla en la que descansa la vanidosa reina, madre de la princesa Andrómeda, en la mitología griega.

[7] Para cuando Roqué de Duprey escribe este ensayo, Argo Navis todavía se reconocía como una amplia constelación. Desde mediados de siglo 18, esta extensa figura, que se extendía por gran parte del cielo sur desde los tiempos de Claudio Ptolomeo, fue dividida en tres constelaciones menores, todas ellas aludiendo a los componentes principales del antiguo navío: Puppis, la popa; Carina, la quilla, y Vela, la vela. Hoy en día, si se unen estas tres constelaciones, puede recrearse el gran navío con facilidad. [La versión original de este artículo erróneamente mencionaba a Pyxis como una cuarta constelación derivada de Argo Navis].

[8] Sirio (magnitud −1.46) y Canopus (magnitud −0.72) son, en efecto, las dos estrellas más brillantes del cielo nocturno.

[9] Partiendo del Pez, respectivamente, la autora se refiere a los nombres hispanos de las constelaciones de Piscis Austrinus, Corona Australis, Triangulum Australe, Phoenix, Grus, Tucana, Pavo, Ara y Crater.

[10] En teoría, solo la Gran Nube de Magallanes es parcialmente visible desde Puerto Rico. La famosa Nebulosa de la Tarántula se encuentra en la declinación −69°, lo que sugiere que, en promedio, estará a una altura de tan solo 3° sobre el horizonte local en su punto más alto (culminación). Otras áreas de la Nube (cuyo tamaño aparente es de unos 10° de extensión) quedan a declinaciones más “favorables” para nuestra observación. Sin embargo, en el presente, y a pesar de que se ha intentado en varias ocasiones desde la costa sur de la isla, nada puede verse de esta galaxia, sin lugar a dudas debido a su baja luminosidad y a la gran contaminación lumínica y atmosférica que existe hoy en día. En el Puerto Rico de principios de siglo 20, dicha contaminación sería nula o muy baja, lo que, tal vez, habría permitido la detección de esta galaxia con cierta facilidad.

[11] Para principios de la década de 1920, no “existían” otras galaxias; solo se reconocía una: la Vía Láctea. Las que hoy conocemos como tales eran clasificadas como nebulosas espirales y se creía que eran parte de la nuestra. En 1929, Edwin Hubble revolucionó el mundo astronómico cuando publicó sus estudios que demostraron lo contrario, y la comunidad astronómica internacional reconoció que las nebulosas espirales eran otras galaxias y que la nuestra era una más en un universo más extenso. Resulta interesante, no obstante, que la autora llame a nuestra galaxia como la “Nebulosa de la Vía Láctea”. No sabemos, por este escrito, si su intención fue equiparar la Vía Láctea con el resto de las “nebulosas espirales” y darles, a todas, estatus de galaxias propiamente, pues ya algunos astrónomos defendían esa posibilidad desde mucho antes.

[12] Cuando la autora se refiere al seno de la Vía Láctea, probablemente alude a la idea aun predominante en la época, de que el Sol (y el sistema solar) estaba localizado en el centro (o muy próximo al centro) de nuestra galaxia. Para cuando escribe Roqué de Duprey, en el mundo científico se debatía ardientemente ese postulado, el cual era respaldado por el astrónomo Heber Curtis, quien argumentaba que el universo era más extenso de lo que se creía y la Vía Láctea era solo una galaxia dentro de ese universo, con el Sol en su centro; la idea contraria era defendida por Harlow Shapley, quien equiparaba a la Vía Láctea con la totalidad del universo, pero con un Sol alejado de su centro. El resultado de este Gran Debate (como se le conoció popularmente) no se conoció hasta los años 1930. Hoy sabemos que el Sol no está en el centro de nuestra galaxia (mucho menos, en el centro del universo), sino a unos 26,000 años-luz de él.

[13] Marte tuvo una oposición muy favorable (20.5″ de diámetro aparente) a mediados del mes de junio de 1922, la cual, seguramente, la Sra. Roqué de Duprey pudo disfrutar a sus 69 años de edad. Para agosto, Marte resumía su paso aparente normal a lo largo de la eclíptica después de haber exhibido su movimiento retrógrado (la referencia hecha por la autora al epiciclo) en el mes de julio. La oposición se produjo dentro de los límites de la constelación de Ophiuchus, en un espacio a medio camino entre Escorpión y Sagitario. Marte se encontró a pocos grados de Antares (≈ 2°28′ en su punto más próximo) para mediados de julio.

[14] Observaciones como esta sobre el color del planeta Marte en sus oposiciones (unas veces menos rojo que otras) se han reportado en diversas ocasiones, como lo atestigua la propia autora con sus apreciaciones de las opocisiones que observó en 1922 y previamente en 1909. En este último año, Marte tuvo un tamaño aparente de 23.8″ para el 24 de septiembre.

[15] Eventos como este –el perihelio de la Tierra– no tienen ningún efecto significativo sobre el planeta como para causar temblores., aunque esa era una creencia arraigada en la cultura popular hasta hace muy poco (y tal vez todavía).

[16] Marte tuvo una muy pobre oposición (12.5″ de diámetro aparente) en febrero de 1918, después de que la Tierra pasara el perihelio. Más tarde en ese mismo año, se registró una serie de terremotos en Puerto Rico que comenzaron en la mañana del 11 de octubre, día cuando ocurrió el más fuerte de ellos (magnitud 7.3 en la escala Richter); este, además, estuvo acompañado por un maremoto que afectó, principalmente, la costa oeste de la isla. Un total de 116 personas murieron como consecuencia de esos eventos, 40 de las cuales fueron víctimas directas del maremoto. Estos comentarios de la autora —como los anteriores— si bien eran parte de la cultura popular, pudieran ser más próximos a los principios de la astrología. Un astrólogo tal vez trataría de explicar la posibilidad de que existiera alguna conexión entre estos dos fenómenos, uno geológico y otro astronómico. Igualmente, sería más obvio que ese mismo astrólogo asociara la presencia de Marte, dios romano de la guerra, con la Primera Guerra Mundial que se libraba en esos años. Sin embargo, contradictoriamente, en 1918, finalizó dicha guerra. No obstante, creencias como esta han dominado la mentalidad humana por muchas épocas (inclusive, hoy en día).

[17] Eventualmente, los postulados principales de la teoría de la relatividad fueron comprobados por diversos experimentos, y una de las evidencias más convincentes provino, justamente, de las observaciones y descubrimientos hechos por Joseph Taylor y Russell Hulse utilizando el radiotelescopio del Observatorio de Arecibo, Puerto Rico, en 1974. Esto les valió a los investigadores el Premio Nobel de Física de 1993 (cuya medalla se exhibe en el Centro de Visitantes de dicha instalación). En esto, Roqué de Duprey demostró que tenía toda la razón: Puerto Rico es uno de los mejores lugares del mundo para “esos estudios”, como dirá en el próximo párrafo.

[18] Ciertamente, nunca se estableció un centro u observatorio astronómico en Puerto Rico en aquel tiempo. Años más tarde, se construyó el radiotelescopio de Arecibo (1963) y un observatorio solar en las instalaciones de la Base Ramey en Aguadilla (establecido en la década de 1960), ambos de importancia internacional (a la lista se añadió el Jardín Botánico en Río Piedras, en 1971). Actualmente, hay otras instalaciones astronómicas en varios puntos de la isla.

[19] Se refiere al tránsito de Venus ocurrido el 6 de diciembre de 1882, a partir de las 6 de la mañana, hora de Puerto Rico, un momento muy favorable. Este fue el último tránsito de este planeta, antes del que ocurriera el martes 8 de junio de 2004, evento que también fue visible desde la isla, en sus etapas finales (en las primeras horas del día, hora local). Un segundo tránsito de Venus se produjo el 5 de junio de 2012, durante la puesta del Sol local.

[20] La Sra. Roqué de Duprey utilizaba, en esos años, un telescopio prestado; lo que no tenía era un cronómetro que marcara los segundos como los que emplearían los miembros de la comisión científica española.

[21] Se refiere al magnífico cometa C/1882 R1, que ha pasado a la historia como el Gran Cometa de Septiembre de 1882. Reportes recogidos el día 17 de dicho mes y año dicen que el cometa era visible a plena luz del día. Ese mismo 17 de septiembre, el cometa transitó frente al Sol, evento que fue observado desde varios lugares del planeta. Ese tránsito solo duró 1 hora y 17 minutos.

Roqué de Duprey, Ana. (1923). El cielo de Puerto Rico/The Porto Rican Sky. En Eugenio Fernández García, El libro de Puerto Rico/ The Book of Porto Rico (pp. 68-71). San Juan, P.R.: El Libro Azul Publishing. Disponible en http://quod.lib.umich.edu/p/philamer/AGD9059.0001.001?view=toc

Este artículo fue originalmente publicado en El Observador, boletín de la Sociedad de Astronomía de Puerto Rico. Primera actualización: 11 de enero de 2016. Segunda actualización: 17 de marzo de 2023.

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